Impresión 3D
Las impresoras 3D existen desde mediados de los años ochenta, pero hasta hace apenas un lustro sólo las grandes compañías de sectores punteros podían acceder a esta tecnología. La distribución de este tipo de máquinas estaba en manos de unos pocos fabricantes, que inventaron y patentaron diversas tecnologías de impresión 3D y explotaron sus posibilidades en el campo del diseño industrial. Empresas como las estadounidenses 3D Systems y Stratasys fabrican desde hace tres décadas impresoras capaces de producir prototipos y moldes de una gama de materiales bastante amplia: desde polímeros como el nailon hasta metales como el titanio.
Corazón impreso con tecnología 3D
A causa de la falta de competencia, el precio de estas impresoras 3D resultaba prácticamente inalcanzable. Sólo las grandes multinacionales de industrias como la aeronáutica o los centros de investigación científica y médica más avanzados podían pagarlas. Las demás industrias interesadas en la investigación y el desarrollo en ese campo debían conformarse con diseñar sus prototipos en 3D y enviarlos a las compañías fabricantes para que los imprimiesen y así poder evaluar la eficacia de lo proyectado.
El uso de las impresoras 3D es ya una realidad en múltiples ámbitos, más allá de la fabricación de piezas ligeras para aviones comerciales y de combate o de elementos de la carrocería de los coches. En el sector sanitario, las aplicaciones son inmensas: se imprimen implantes dentales y craneales, prótesis (incluso brazos y piernas biónicas sensibles al tacto), injertos óseos para curar articulaciones fracturadas, moldes de canales auditivos que se convierten en audífonos; y se experimenta con la impresión de tejidos vivos (que actúan como sustitutivos temporales de cartílagos como la tráquea y los bronquios) y órganos humanos (a partir de células madre embrionarias).
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